Bajo el Manto Guadalupano
Y si platicamos
Por Francisco Junco
12 de diciembre. 3:50 pm. Parecía un día común, un día como otro, el único plan por la tarde noche era ir a misa en honor a la Virgen de Guadalupe a la que la familia es devota. Las niñas pequeñas en una de las recamaras jugando a ser estrellas, canciones de Soy Luna eran el marco, con micrófono cada una de ellas, se sentían las estrellas del espectáculo. “No seas tan cruel, no busques más pretextos…” se les escuchaba cantar al unísono con sus actores favoritos.
De pronto, un golpe fuerte y seco, retumbó la casa. La más pequeña, de dos años 10 meses, quien se encontraba sentada en la cama, cayó de frente, sin meter las manos, y con todo el peso de la cabeza, golpeó el piso. En segundos, ambos padres la estaban levantando, con un llanto muy fuerte que retumbaba las paredes de ese cuarto. Poco a poco la fuimos calmando, ¿cómo te llamas? Ale, ¿cuántos años tienes?, con su manita dice dos… respondía a todas las preguntas que le hacían, para determinar su grado de conciencia… hasta aquí, todo normal, después de una caída. Hasta aquí, es una historia que muchas familias han vivido, nada extraordinario.
4:30pm. Pasaron algunos minutos, la pequeña, con su mirada perdida, nos buscó. Parecía como adormilada, le comenzamos hacer las mismas preguntas y las respondía, de manera muy pausada, lenta, pero respondía correctamente. En pocos minutos el panorama iba cambiando, se empeoraba el aspecto de salud de la pequeña, perdió el color de su piel y comenzó a devolver el estómago. Sin pensarlo, salimos a la calle a buscar un taxi para que nos llevara a la Cruz Verde. En el camino, con un hilo de vida, con la mirada perdida, “no te vayas pequeña, eres una guerrera, tú puedes, veme, acá estoy…”, se escuchaba en voz de su madre. Apresurábamos al taxista. Él, al ver la situación y preocupación, con mucha habilidad y destreza, en pocos minutos llegó al puesto de socorros.
La recibieron de inmediato, la vida de la pequeña se estaba perdiendo. En esos momentos, en la camilla de atención una convulsión se manifestó en su brazo y pierna derecha. Diez minutos más tarde, el diagnóstico de la doctora a cargo, era contundente y fatal. “Su hija viene muy grave, muy mal y se puede morir en cualquier momento”… palabras que fueron retumbando en mi cabeza, no podía creer lo que estaba escuchando, no podía imaginarme no volver a ver la sonrisa de mi pequeña, su alegría por la casa. No podía imaginar el momento de la bendición de los alimentos sin ella, cuando ella, como siempre, juntando sus manitas, comienza sus palabras con un “pá”, pidiendo que nos cuide y va mencionando a cada uno de sus hermanos. No podía imaginar…
5:15 pm. “Señores la tenemos que entubar, no respira por ella misma, nos autorizan?… y hay que sedarla”… “¿nos autorizan?”… Decía la doctora, mientras llenaba unos papeles y nosotros asentábamos con la cabeza… el mundo se nos desmoronaba en esos momentos…
El pre diagnóstico, probablemente derrame cerebral; en una primera tomografía se observaba, según la doctora, una pequeña inflamación. Panorama fatal.
En las manos de los médicos estaba, nosotros como padres ya no podíamos hacer más. Sólo acudir a Dios, Nuestro Creador, a Nuestra Madre María, con oraciones, pidiéndoles que intervengan. Comenzamos a realizar llamadas a nuestros familiares, amigos y conocidos para que se unieran a esas plegarias y nos ayudaran a hacer una cadena de oración. Que difícil rezar el “Padre Nuestro”, “hágase tu voluntad…. Hágase tu voluntad…”, cuando estas en un momento que el deseo humano, pudiera no coincidir con la Voluntad Divina, y estar consciente de que Él sabe más de que lo que suceda es lo mejor. “Hágase tu voluntad”. Y a María la petición de que ruegue por nosotros, que interceda por nosotros ante Dios… “y en la hora de nuestra muerte...”. Que difícil.
En ese momento y sin saberlo, cientos de oraciones, misas, comuniones, rezo de rosarios, se realizaban pidiendo por nuestra Alejandra Junco Díaz. Nuestros amigos lograron unirse como una comunidad cristiana para pedirle a la Virgen de Guadalupe, este día tan especial dedicado a Ella, que salvara la vida de nuestra pequeña.
En medio de traslados: primero de la Cruz Verde al Hospitalito, para tomarle la tomografía y de regreso a la Cruz Verde, sentimos una pequeña paz, una cierta tranquilidad. En esos traslados, en la ambulancia, aun sedada se veía más entera.
Las peticiones al Cielo no cesaban. Entubada y sedada, la remiten al Hospital Civil Fray Antonio Alcalde, donde le pueden dar la atención adecuada. Al llegar, la doctora que la recibe, en una primera instancia, se sorprende de la condición en que llegó.
El milagro estaba hecho. Ale no tenía nada. El diagnostico de ingreso “traumatismo craneoencefálico moderado”. Solamente había que esperar que pasara el efecto del sedante, mientras que le quietaban el tubo, ya respira por ella misma.
10:00 pm. “Familiar de Junco Díaz”, se escuchó en la sala de espera. La doctora que la recibió pregunta sorprendida, “¿a ver cuénteme qué pasó?”, le platico tratando de no omitir detalles, ellas escuchando con mucha paciencia y sin interrumpirme. Al final la doctora dice: su hija no tiene nada. Ya la desentubamos, ya se le pasó el sedante, pregunta por su mamá, pase a verla, la vamos a tener esta noche aquí para observación, hasta que esté en condiciones de irse a su casa.
Amigo lector, esta historia le cuento en este espacio periodístico, la platico no como una historia o como una opinión de un tema, como normalmente lo hago. En esta ocasión, me permití, amigo lector y pido una disculpa, tomarme la libertad de escribir algo personal. Escribo esta colaboración, con lágrimas de alegría, como un testimonio auténtico de un milagro, de cómo el poder de la oración realiza lo suyo. Pero, estoy convencido de que para que un milagro se realice, hay un ingrediente esencial, para que la fórmula de un Milagro, se realice; ese ingrediente se llama fe. Creer que Dios va actuar, Él lo prometió a través de su Hijo Jesucristo. Esa Fe que, el apóstol San Pablo, nos enseñó en su Carta a los Hebreos “la fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver”.
Quiero aprovechar este espacio para agradecer a cada uno de los que intervinieron, desde el taxista, pasando por los paramédicos, doctores, doctoras, enfermeros, pero, sobre todo, a los que se unieron en esa cadena de oración y peticiones; personas que hace mucho no hablaba con ellas, personas cercanas que siempre están ahí apoyando, incluso personas desconocidas que se unieron, a todos y cada uno de ustedes muchas gracias. No quiero hacer mención de uno en uno, no por espacio, sino porque no quiero que mi memoria me juegue una mala pasada y cometa la torpeza de omitir a alguno de ustedes. Muchas Gracias. Gracias Totales.
No me queda más que desearle una feliz Navidad, que el Niño Dios los bendiga y les fortalezca su fe.
@PacoJuncon
fjuncon@gmail.com